Querido Diario:
Hoy, como en un cuento malvado de postres encantados, sucumbí una vez más a la sirena de la tarta de queso horneada, seductoramente acompañada por helado de mango. ¡Ah, la tentación! No obstante, la dulzura del momento se desvanece pronto, como por arte de magia oscura, cuando la amalgama previa de sushi, noodles y rollitos de pato laqueado decide manifestarse con toda su fuerza. Unos minutos después de la indulgencia, mi cuerpo empieza a sentirse como si hubiera tragado un ancla en lugar de una suntuosa comida.
La carta de postres, tan inocente y atractiva, omite estos efectos secundarios que parecen requerir una advertencia farmacéutica. Imagino una etiqueta al pie de la página: “Precaución: puede inducir somnolencia, pesadez y arrepentimiento profundo”. ¿No sería eso un acto de cortesía?
Así que aquí estoy, diario mío, proclamando mi resolución de romper con mi adicción a la tarta de queso. Anhelo días de claridad mental y digestiones ligeras, en lugar de siestas forzadas por combates gastronómicos. Que este testimonio sirva de recordatorio: a veces, el final dulce tiene consecuencias amargas.
No, ésta no será mi última tarta de queso
El postre, esa tentación a la que resulta dificil resistirse, dada mi debilidad por la tarta horneada de queso cuando la acompaña el helado de Mango. El problema viene entre 10 y 20 minutos tras su ingesta, cuando por algún tipo de reacción química intestinal, el sushi, los noodles y los rollitos de pato anteriormente degustados se vuelven pesados e inducen un bajón que te nubla la mente mientras te ataca la somnolencia y la digestión pesada.
Esos efectos secundarios no los avisa la carta de postres, pero cada vez soy más partidario de una ley que oblique a alertar de tales efectos tal cuál los prospectos del Omeprazol o la Aspirina. Así que estoy determinado a dar por finalizada mi adicción a la tarta de queso en favor de la claridad mental y la ligereza estomacal.