6 de marzo de 2024

Querido diario,

Hoy, mientras me dedicaba a la noble tarea de observar cómo un perro perseguía su propia sombra con la determinación de un gladiador en la arena, me asaltó una revelación tan impactante que casi olvido el motivo de mi inicial distracción. La vida, ese constante ir y venir de decisiones y caminos tomados, no es más que un cruce entre ser esclavo de un salario o, en una travesía más audaz, siervo de las necesidades de aquellos a quienes llamo clientes.

La epifanía llegó en forma de interrogante: ¿Debería seguir vendiendo mi tiempo por un salario que, aunque modesto, asegura el bienestar económico de mi familia? ¿O debería, tal vez, aventurarme en el vasto y temible mar de la independencia laboral, construyendo algo en lo que creo? ¿Someterme al sufragio de mis propios clientes o a los caprichos de un jefe?

Ah, pero aquí viene el quid de la cuestión, querido diario. Si en esta arriesgada empresa salgo victorioso, el premio recaerá como una lluvia de tesoros sobre mi familia. El mundo se postrará a nuestros pies, y canciones serán escritas sobre nuestro legado. Pero si fracaso, y las fauces del destino deciden devorar mis ilusiones, podré al menos decir con orgullo que lo intenté, y que gracias a los ahorros acumulados en noches de desvelo y sacrificios, mi familia no quedará tampoco desamparada.

Pero, ¿y si en lugar de elegir entre ser esclavo del salario o de los clientes, opto por ser señor de mi propio destino, aunque ello signifique navegar en aguas turbulentas, enfrentándome a monstruos marinos y tempestades inimaginables? Después de todo, querido diario, un verdadero capitán no se mide por la tranquilidad de su navegación, sino por la tempestad que es capaz de soportar y por las historias que puede contar después de la tormenta.

Así, me encuentro en la encrucijada de mi vida, debatiendo si seguir el curso seguro que conozco, o zambullirme en las profundidades de lo incierto, con la esperanza de emerger no solo intacto, sino glorioso. La decisión parece abrumadora, pero, como buen observador de la vida que soy, me consuela saber que, al menos, la aventura promete ser extraordinaria. Y quien sabe, tal vez el perro que perseguía su propia sombra no estaba tan perdido después de todo.

Con afecto y una pizca de audacia,

El observador de sombras y decisiones