17 Abril 2024
Querido Diario,
¡Vaya espectáculo de partido el de hoy! El estadio, un caldero de emociones, fue testigo de cómo se escribe y reescribe la historia en función del último pitido. Es fascinante, casi cómico, cómo el recuerdo de los 120 minutos de juego se tiñe por el resultado final del encuentro.
Para el vencedor, cada minuto es un retazo de una épica gloriosa, cada pase una premonición de la victoria final. Los penales, aunque fruto del azar más caprichoso, se transforman en un triunfo de la estrategia y el temple. ¡Qué grandeza siente quien sale victorioso de la tanda de penales, elevado casi a héroe por el capricho de la fortuna!
En cambio, el perdedor revisita cada jugada con el tormento de lo que pudo haber sido. La tristeza tiñe cada oportunidad perdida, cada segundo de la prórroga. Cuestiona cada movimiento, cada decisión, convencido de que algo más podría haber hecho para cambiar el desenlace. La derrota en los penales no es sólo una pérdida, sino un espejo de todas las pequeñas fallas acumuladas, aunque en realidad, haya sido solo un suspiro del destino.
¡Cómo cambia la percepción del mismo evento, Diario! La victoria pinta de colores brillantes lo que la derrota sume en sombras. Y al final, todos somos un poco prisioneros de ese último golpe de suerte, recordando el partido no como fue, sino como nos hizo sentir en su pitido final.