7 de marzo de 2024

Hoy, una vez más, me sumergí en las profundidades de mi propia trampa laboral, esa en la que procuro engañar al tiempo propinándole técnicas milenarias de entrar en “flow”, y hacer en treinta minutos el trabajo de una tarde entera. Mas, al despegar la mirada del reloj, descubrí que el sol se había escapado, y con él, las horas preciosas destinadas a ser sembradas en el jardín de mi vida personal.

En mi afán de abrazar la calidad sobre la cantidad (cual persona promedio eligiendo entre dos tipos de queso en la sección gourmet), he acabado devorando ambos trozos, dejando solo las migajas para los placeres simples de la vida. Ah, ironía cruel, que me haces bailar al son de esta melodía de productividad perpetua.

Me encuentro, querido diario, en un dilema tan antiguo como el mismo oficio de trabajar. ¿Cómo me desenredo de esta maraña de horas extenuantes y detengo el avance de este tren desbocado al que llamo empleo? Me pregunto a menudo si existe una receta secreta, un ungüento mágico que aplique sobre el reloj de las horas laborales y las haga detener, no avanzar más de la cuenta.

Ah, pero en un chispazo de lucidez, posiblemente avivado por el cansancio crónico y un leve desdén por mi propia incapacidad para decir “basta”, se me ha ocurrido una estratagema. La operación “Tiempo para los Míos”. Consiste en tratar el tiempo personal y familiar como una nueva clientela, la más exclusiva y prioritaria. Mis hijos serán los jefes más exigentes, y mi pareja, el cliente más intransigente. Habré de agendar reuniones, plazos de entrega de abrazos y proyectos de fines de semana al aire libre.

Para tal fin llevaré un talismán, un reloj de arena que no mide más que treinta minutos, y que aplicaré con la puntualidad del expreso de Shibuya para la última media hora de trabajo diario. Cada grano de arena que caiga será un recordatorio de mi dualidad: soy tanto trabajador incansable como artífice de momentos inolvidables. Al ver el último grano caer, sonará el campanilleo de la libertad, dictando que es hora de cerrar el cabaret del trabajo y descorchar la botella de la vida personal.

Con este nuevo enfoque, codicioso como el que prefiere la calidad y la cantidad, pero prudente como el guardián del tiempo, emprenderé este viaje. Y tú, querido diario, serás el testigo de esta transformación, de workaholic a artesano del tiempo bien gastado.

Ahora me despido, la arena ha caído, y un par de ojos pequeños y brillantes me recuerdan a través de la puerta que es hora de ejercer mi rol más preciado, el de padre.

Con renovado propósito,

Un Reformado Artesano del Tiempo